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"Suele creerse popularmente, incluso luego de las recientes transformaciones en el acceso a los documentos por parte de historiadores y archivistas de cine (1), que las películas de los primeros tiempos eras “primitivas”: cortas, mudas, de mala calidad de imagen y sin color (Gunning, 2015). Sin embargo, durante todo el período silente existieron muy variados sistemas de color aplicado a las imágenes en movimiento y esto no revestía ninguna sorpresa para el espectador del cine de los primeros tiempos. Se trataba de procesos heredados de la linterna mágica, la fotografía, la industria de la imprenta; todos ellos a su vez influenciados por la aparición del comercio de los colorantes y las nuevas tecnologías industriales. “Cuando estas imágenes fueron creadas”, dice Joshua Yumibe (2015), “se estaba produciendo una revolución del color, una amplia transformación cromática en los medios, revolución que tenía raíces en los desarrollos técnicos, científicos y artísticos del siglo XIX y que continuó resonando en el temprano siglo XX, y de la que el cine fue parte”. En Argentina, ya en 1901 se vieron las primeras imágenes a color, según Carlos Barrios Barón (1956): “El 5 de abril de 1901 se dan a conocer al público, en el Salón Teatro, Suipacha 444, varias películas en colores, iluminadas fotograma por fotograma por el pintor Sainz Camarero”.
No obstante, estas técnicas fueron durante mucho tiempo marginadas de los estudios históricos y estéticos del cine al punto tal que pareció como si las películas coloreadas nunca hubieran existido. Los motivos son variados: la muerte súbita de tales procesos con la llegada del sonido y el rotundo cambio en las tecnologías de producción y exhibición, el discurso dominante del realismo del color cinematográfico fotografiado frente al supuesto primitivismo de sus inicios, y especialmente, las problemáticas decisiones en torno a la preservación fílmica. Durante muchos años las películas a color de los primeros tiempos han sido preservadas y exhibidas en blanco y negro. Acaso porque los procedimientos y los materiales color eran más caros que los blanco y negro, acaso porque estos eran más estables y fáciles de almacenar que las emulsiones color, o acaso porque, en términos de Luciano Berriatúa (2000), “durante muchos años estaba de moda pensar que el blanco y negro era más ‘artístico’ que el color”.
Lo cierto es que muchas de aquellas copias en soporte nitrato con color aplicado hoy ya no existen más: no sólo porque los materiales se descomponen sino porque durante un tiempo existió la noción de que, si las películas ya estaban preservadas en un soporte de seguridad como el acetato o el poliéster, aun cuando fueran blanco y negro o hubieran sido mutiladas en duración, tamaño de ventanilla u otras manipulaciones torpes, los originales en nitrato podían destruirse para asegurar la subsistencia del resto de las películas del archivo (2). La creciente preocupación de archivistas e historiadores por la preservación audiovisual fue cambiando esta idea: hoy en día ningún archivo contemplaría la opción de reproducir una película coloreada del cine de los primeros tiempos en una emulsión blanco y negro. Pero también es cierto que, en tanto las políticas públicas no los acompañen, muchos de los materiales originales, incluso aquellos de este libro, dejarán de existir en poco tiempo. ¿Cómo podemos estudiar la especificidad plástica y la complejidad de los sistemas de color del cine de los primeros tiempos si hasta ahora lo hemos visto en blanco y negro o en copias de pésima calidad?"
— Extracto de "Experimentación cromática", texto incluído en Nitrato argentino. Accede al artículo completo aquí.